Andrea Gurbindo
PRIMERA PARTE
Manos cosidas a los bolsillos, El Drogas mantiene una postura tímida frente a la puerta del Paris 365. Son las diez de la mañana y el frío parece que acecha a las puertas del Casco Antiguo de la ciudad. Es la suya, en la que se ha criado. En la que quiere quedarse. Enrique Villareal está a punto de enfrentarse a otra de las cientos de entrevistas que ha concedido a lo largo de su trayectoria. No tiene miedo a responder. De hecho, poco le cuesta lanzarse a catalogar cada uno de los matices de su vida. Con cuidado, intenta descifrar, como todos, las del resto. Y lo que tenemos en común. Sus frases rebotan optimismo y su mirada adivina madurez. Es de esas personas que, sin apenas conocerlas, sabes que han elegido el camino correcto. Y las envidias. La sensibilidad de sus argumentos hacen carrera a la dureza con la que los explica. Descubrir a El Drogas en sesenta minutos es cuestión de saber leer entre líneas. Y reflexionar con él es parecido a sostener entre las manos el libro que acaba de publicar, “Tres Puntadas”, o a escuchar sus discos.
El último, a punto de salir a la calle. Para abrigarse. Y soportar el frío. Este es...
Enrique, Enrique Villareal, Eva, El Drogas... ¿Cómo prefieres que te llamen?
(Ríe) Pues es curioso. Hasta ahora no sabía cómo me gustaba más que me llamasen. Pero ya sé que, a partir de ahora, será aitatxi. En cuanto aprenda a hablar el nieto. Eso es para mí lo más grande.
Pero habrá alguna persona que siempre te llame Enrique.
Mi madre. Mi madre hasta que termine de perder del todo la memoria, me seguirá llamando Enrique. Mi padre también lo hacía hasta que murió. Y bueno, también mis hermanos. Pero la verdad que muy poca gente, porque mi socia y mis hijos me llaman aita.
Parte de tu trayectoria profesional ha estado ligada al impacto de las letras de tus canciones. ¿Por qué surge ahora la necesidad de publicar un libro?
Por la diferencia que hay entre escribir la letra de una canción y estos escritos, que tienen esa historia de la inmediatez. Te pones y te salen, no tienen ese encorsetamiento que puede tener la letra de una canción. Es otro proceso.
Sí, porque Enrique siempre ha escrito.
Sí, siempre. Para mí es un lujo, un placer y una necesidad. Todo se junta porque a la vez todo eso me lleva a leer a otra gente para aprender cómo escribe y continuar en esta rueda que para mí es encantadora.
De lo que se deduce que eres autodidacta.
Sí, bueno. Autodidacta en cuanto a que me busco la vida. Pero no en cuanto a que aprendo de mucha gente. Tengo muchos maestros y, en ese sentido, soy multididacta.
Esos cien poemas de “Tres Puntadas” transmiten fuerza y recuerdos, que parece que surgen a modo de vómito, desde las tripas. Pero a la vez, sorprende que tienen sutileza. Mucha carga simbólica, sensibilidad. ¿Por qué el libro distingue tres partes tan diferenciadas?
Es la desnudez. Esa mezcla de tripas, corazón, cabeza. Todo eso somos las personas. Ese desguazarse a sí mismo, da con esto. Pero que no es nada anormal. No todos tenemos todos los días la misma cara, ni todos los días sentimos lo mismo. Unos días estamos tristes, otros contentos. Y no tienes que renunciar a nada. Así se nos quitaríamos bastante complejos. Sentirse fuerte todos los días tiene que ser agotador. Reconocer que somos débiles, nos lleva a sentir empatía también con los problemas de los demás.
¿Pero corresponden a tres épocas de tu vida en las que has escrito con ciertas peculiaridades?
Sí. “Si la noche fuese mi cómplice” surge como reconocimiento a la mujer. Descubrí que la poesía tiene el sexo que cada uno le quiera poner. Pero lo que sí tiene es sensibilidad y la mujer en eso es especialista. Tampoco generalizar es la leche. Pero eso me llevó a leer mucha poesía femenina y a encontrar ese lado mío y no tener miedo a sacarlo. Fue para mí un ejercicio muy interesante. “El ojo de la aguja” hace referencia a las columnas que se publicaron durante 14 domingos en el periódico Gara. Una visión sociopolítica de la actualidad escrita de una manera peculiar. Y “Rincón oscuro” son los más actuales. Los he ido haciendo bajo la influencia de autores que me gustan. Todo el rollo del surrealismo francés: César Vallejo, Koldo María Panero, Neruda, Bukonsky... Una mezcla totalmente apoteósica.
Qué estás leyendo ahora.
Ahora estoy con “El escarmiento”, de Miguel Sánchez Ostíz. Un libro muy fuerte, de toda la preparación del golpe de estado del 36, aquí en Pamplona. Es el libro que me hubiese gustado a mí escribir sobre el golpe de estado.
Y ahora sobre qué te gustaría escribir. Qué te falta por decir.
Tengo en la cabeza una historia relacionada con la brevedad de los escritos. Más para críos. Y a ver si lo puedo hacer con ilustraciones. Ahora mismo, con el disco, estoy metido más en este tema, pero tengo esta idea en la cabeza.
Porque si te tuvieses que describir ahora mismo, en qué papel te sientes más cómodo: como músico o como poeta.
Bueno, para mí es necesario todo. Es imprescindible todo. La vida, tal y como yo la entiendo desde que naces hasta que la palmas, es un camino de aprendizaje. Eso me permite ser una persona observadora. Voy asimilando por fin que tenemos dos orejas y una boca. Es decir, que tenemos que escuchar el doble de lo que hablamos, que estamos acostumbrados a hacerlo al revés. En ese camino, mi manera de reflejar cómo soy es mediante la música, mediante la escritura y mediante charlas con gente en las que unas veces soy yo el que habla más y otras no... (ríe).
Una vez que estás dentro del mundo de la poesía, que convives con letras y palabras... ¿No sé si sería muy difícil pedirte que pusiese un título al álbum de tu vida?
Buf. Al álbum de mi vida... Quizá con tres letras. Dos serían iguales y una diferente. Eme mayúscula, eme minúscula y ene. Que viene a ser como yo me refiero a mi socia en los escritos públicos o en Facebook. Es una persona con la que he tenido experiencias vitales impresionantes. Buenas, malas, hemos sacado nuestra vida adelante como hemos podido. Y he tenido la increíble suerte de tener dos hijos con ella que para mí es casi todo. Y digo casi todo porque ahora con el nieto es otro rollo. Mamen es, quizá, es luz en mi vida.
Todo eso que cuentas suena a un cúmulo de experiencias vividas que, al final, desembocan en una historia en común. Si hubiese que ponerle una melodía, ¿cuál sería?
Para mí la melodía no es tanto música física, pero sí musical. Nosotros, la Mamen y yo, nos desvirgamos la noche del 8 de julio del 78. Esa noche de ruido, fuego y sangre en Pamplona. San Fermín. Donde estuvimos corriendo por todos los lados, poniendo barricadas. Es la noche del asesinato de Germán. De la ciudad vuelta para el aire. Esa noche fue para mí de adrenalina y sexo. Una noche apoteósica. Llevábamos desde abril de ese año saliendo y esa noche fue un acumule durante todo el día. Para mí, ese olor a pólvora y sexo del 8 de julio del 78, es la música de mi vida. O de mi relación con esta persona.
Menudo día.
Sí, era una indignación generalizada lo que se estaba viviendo en la puñetera calle.